Tío George siempre tuvo algo del abuelo. Esa mirada extraña y antisocial en sus ojos unida a la manía de morder el borde de los manteles antes de servir el almuerzo o la cena. Mi padre lo odiaba pues consideraba que un muchacho de mi alcurnia no debía de mezclarse con gente de aquella moral endeble, a pesar de que fuese su propio hermano. Tío George no hablaba mucho más mucho se habló de él después de aquella falsa imputación, cuestión de la que no pretendo hablar por el gentil consejo de mi abogado.
Tío George, donde quiera que estés, yo todavía cuido de tus vinilos favoritos.
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